Las velas del cumpleaños de Machu Picchu

(publicado por La Voz del Interior 21.07.2006)

En la década de los noventa no todo fue infame. Algunos vacacionaban en Punta del Este, mientras que otros buscaban ver caer el sol en el norte andino. Los estudiantes de artes, los de humanidades, como así también los mochileros en general, debían pasar si o si por la meca de Sudamérica, Cuzco.

Esta fue una regla tan de oro, que era frecuente estar en 1995 en algún bar del la zona incaica con unos pocos soles en el bolsillo, buscando unas escandinavas para seducir, y toparse con otro hincha de talleres en la misma faena. Así lo pueden atestiguar las paredes de Mamá África un bar casi tan mítico como las ruinas de los valles sagrados.

Sumidos en esa bohemia, digerimos cada vez que visitamos Machu Picchu, la heroica historia de su descubridor Hiram Bingham, quien encontró las ruinas el 24 de Julio de 1911, hace casi-casi 95 años.

A falta de escandinavas, y de la mano de una compañera de travesía peruana, el relato se complica: el explorador Bingham fue un insistente norteamericano aficionado a la arqueología que realizó diversos viajes en la primera década del siglo pasado con la intención de descubrir la última fortaleza que alojó a los incas rebeldes que resistían la invasión española. Y consiguió descubrir la edificación que rebautizó –su verdadero nombre es un misterio- después de un intento en 1906, y en gran parte gracias a la ayuda -inclusive económica- de la Universidad de Yale, la National Geografic Society y varios parientes que completaron la polla. Pesa sobre el pobre Bingham la acusación de no haberse medido en souvenirs que llevó a la vuelta de sus viajes que se repitieron el 1912, 14 y 15. De hecho al día de hoy continúan los reclamos del gobierno peruano frente a la Universidad de Yale, ya que ésta conserva cerca de cinco mil piezas que fueron extraídas de las ruinas, en esas excursiones. Las piezas, que llegaron a Estados Unidos con permiso del gobierno peruano, salieron en barcos marcados por los marines, que se amotinaron como medida de protesta. Ya que había conciencia de la depredación arqueología que se estaba dando.

Mr. Bingham fue una especie de Cristóbal Colón que buscaba la ciudad de Vitcos, y que llegó a esta ciudadela gracias a las indicaciones de los locales, quienes teóricamente no practicaban el sentido del humor cordobés: indicarle mal a los gringos sobre como llegar al cucú de Carlos Paz.

Volviendo a las ruinas declaradas Patrimonio de la humanidad por UNESCO en 1983, el viajero, con la compañía que sea, se puede sentar en cualquier piedra del lugar considerado con más carga energética de la tierra. Allí no conseguirá mantener pensamientos terrenales y su mente viajará por el tiempo zigzagueando, hacia el comienzo de la historia de ese fortín, allá por el siglo XV cuando -aparentemente- sirvió de centro de control económico y militar, con un ingrediente extra: sin llegar a ser un countrie, albergaría a lo más selecto de la aristocracia inca. La conciencia del viajero pasará por la primera travesía de Bingham, -autor del bestseller “La ciudad perdida de los incas”- que describiera ese helado 24 de Julio junto a un niño guía, mientras que en la choza se quedaba el resto de la excursión. Otro momento de la historia estará cubierto por los millones de turistas que día a día colmaron el camino del inca, hasta llegar a ver entre la niebla matinal las piedras más perfectas y el afilado Wayna Picchu. Bien cerca el en tiempo, aparece la corbata de Kofi Annan, hinchando el pecho en nombre de los peruanos.

Sería injusto terminar la columna sin volver a mencionar a las blondas escandinavas de 180 centímetros, pero la vida está llena de injusticias. Sino, pregúntele a Agustín Lizárraga, y otros dos viajeros que parecen ser quienes dejaron su nombre en las ruinas un 14 de Julio 1901.

Marchen diez velas más. -

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