Cefaléa

(Publicada en la seccion de lectores de la revista Dicccionario N5)

1

Tomás se creía el único contador pobre de la ciudad. Era un pensamiento burgués, resentido y tercermundista. Inclusive neoliberal. Pero cabía cómodamente en todos esos grupos. “No hay contadores zurdos”, aprendió en la Universidad. Y nunca se opuso. Esa incapacidad para la oposición, que ya le pesaba en su actividad de universitario, seguía haciendo metástasis en su vida. Inclusive a la madrugada de ese Martes de Enero. ¡Pero qué mierda hacía él escuchando todos los divagues políticos de esas adolescentes! Mayo del 68 era un tema, sólo un pretexto, para hablar de sexo. Y De Gaulle se escribe G-A-U-L-L-E. Ellas no sabían nada de nada, pero querían opinar ampulosamente.

Ahora, por la ventana entraba el fuego veraniego, a pesar de ser las 4 de la madrugada y la calle continuaba con su ejercicio de escupir autos, aunque con desgano y somnolencia. En lugar de escuchar la radio de oldies programada por su hermana antes de irse a España, se decidió por el cd Leyenda, de Bob Marley. Todo un remedio para noches de derrotas.

De varias horas intentando conquistas, el único resultado concreto era un vacío imponente en cada bolsillo y una buena parva de colillas. Esa montañita, detenidamente escudriñada con la técnica de un cartonero profesional, le ofreció un filtro acompañado de una razonable cantidad de cigarrillo. Esta práctica de gestión de tabaco reciclado, habitual en el final de sus noches de estudiante, hoy socavaba sus expectativas de ser un profesional próspero. De haber dejado de fumar antes de encender ese faso, nada malo hubiera pasado. En cualquier caso, la colilla duró poco, y no debido a su corta estatura.

Una oleada de calor urbano, entró por la ventana, arrancando de su mano el cigarrillo y las pitadas que le quedaban. El viento depositó el filtro y su larga, anaranjada, y puntiaguda brasa en la alfombra, justo debajo de su asiento.

La mejor reacción, en dicha situación, es matar con la indiferencia al accidente, esperando escuchar un chirrido chamuscado y el silencio de la circunstancia vencida. Sin embargo, un certero olor a quemado le obligó a buscar nuevamente el pucho. Pensó que se trataba de una mala noticia acompañada de una buena: a cambio de una pequeña muesca en la alfombra, él recuperaría la colilla más larga de su cenicero.

Contra la erección de humo que siguió a su pérdida, debió decidirse a bajar en busca del foco de incendio. Entonces el barrido de su mirada cubrió dos cosas. Primero, un tipo tomando -lo que horas más tarde descubriría que era una cerveza sin alcohol- sentado en el piso de su balcón, escoltado por una mujer aparentemente desnuda. Segundo, vio el velocímetro del Twingo de su hermana, indicando 60 kms/h.

Justo antes de recuperar el cigarrillo tomándolo con el doloroso método de agarrarlo por la brasa, deseó estar en el cuero de ese afortunado hijo de puta que tomaba algo helado después de una sesión de sexo.

2

Lucio dejaba pasar la noche y los ruidos propios de la propiedad horizontal barata, una mezcla de estridentes conversaciones televisivas con los jadeos de algún polvo y el olor de los bifes sobre la plancha, perdiendo el tiempo de sus vacaciones anuales, en el balcón del depto. Debía digerir el divorcio, y eso tomaba desde las 22 hasta las 5 am, cuando ya aclaraba. Así, todos los días.

Ese trance le ponía de pésimo humor y su novia lo padecía aquella noche. Ella era la mujer en sombras -que no estaba desnuda, sino que llevaba calzas y una malla de lycra- y él era el hombre que bebía en el balcón sin saber que su cabeza esta a punto de abrirse, literalmente, en dos mitades asimétricas. Su pensamiento se centraba, en ese momento, en la envidia que le despertaba el fumador que manejaba aquel zigzagueante auto. Un conductor seguramente más bebido que él, volviendo de vaya-a-ser-qué fiesta lujuriosa.

3

Tomás siente el sonido de su dedo al quemarse y, acto seguido, un martillazo brutal en la nuca.

4

Lucio percibe la sombra de Nora, su atlética novia, acercándose. Luego siente como el metal toma contacto con su cabeza en el momento de mayor aceleración, sonorizado con un estruendo. Inmediatamente se le revientan los labios al dar contra el puto piso. Una superficie barnizada con smog nocturno y sabor a caño de escape del N3.

Primero se concentra en el horroroso dolor que se esparce por todo el cuerpo y piensa en ''El grito'' de Eduard Munch. Cree que será una buena forma de relatarlo, si sobrevive. Automáticamente busca una metáfora más sofisticada y recuerda los Aliens de Giger. Aprueba la ilustración mental y se desvanece más tranquilo.

Aunque pensaba que la muerte, o lo que sea que le esté pasando, vendría después de una inconsciencia onírica, vuelve a estar lúcido. Observa la sangre surgiendo de su cabeza, e inmóvil, recuerda escenas de Kill Bill de Tarantino.

Ella, ahora la asesina, corona su venganza, dejando la pesa de dos kilos -el arma- con la que le originó una fractura craneal, justo frente al reducido campo visual proveniente del único ojo obediente de a bordo.

Pasados unos minutos, notó que ella se acerca. “Vuelve”, pensó. “A rematarme, o porque se ha arrepentido”. Ella es “buena mina'' intentó convencerse, y cerró los ojos (por las dudas) recordando que estos arranques de furia provenían de los esteroides, una hipótesis que, al mencionarla, la enfurecía. Siente que ella le mueve lo que le haya quedado de cabeza y, cuando abre los ojos, se enfrenta a su cara -que siempre fue bellísima- afeada por la hinchazón de las venas frontales y un llanto hiposo como banda de sonido.

Ella lo suelta repentinamente y se va, convulsionándose ruidosamente, sin ayudarlo. Ahora, Lucio está boca arriba, con una pierna doblada debajo suyo, en una posición realmente incomoda. Cree que no puede moverse. Tiene el celular en el bolsillo, sólo debería llamar al 101. O hacer redial y pedirle a quien sea que lo atienda, que venga, y traiga refuerzos.

5

Tomás recobró el conocimiento con el hombro izquierdo abrazado al pedal de embrague, la cabeza debajo del volante, sabor a sangre en la boca y olor a combustible en el cuerpo. En lugar del buen Bob Marley, que también sufrió el impacto, volvió a funcionar la radio. Suena Rick Astley a un volumen considerable.

6

En la posición de redial está el celular de su ex mujer, Celeste. Ella atiende dormida. Lucio consigue explicar la situación en unas 30 palabras. Buena síntesis, piensa, y escucha como ella abandona la comunicación. Se deja vencer por el mareo mientras va a un cómodo lugar mental, sin piernas debajo.

Recuerda como dejó a su esposa. Luego repasa los últimos meses junto a su flamante compañera Nora. Parecía muy divertido ser un intelectual que convive con una profesora de aerobox. En el fondo, ambos son docentes. Él bajó varios talles, dejó de tener tetas (algo feo para un ex rugbier), y cuando un amigo le recordó el personaje que Sydney Pollack hacía en “Maridos y esposas”, de Woody Allen, se sintió feliz.

Pero hoy, no pudo soportar el videocurso de step. Era hora de tomar cerveza y ver softporno en The Flim Zone. No podía soportar esa música cuadrada, las calzas, y la transpiración en una toalla sobre los hombros.

7

Jamás se hubiera imaginado a sí mismo en posición fetal dentro de la pedalera de un auto tan pequeño, y que el asiento delantero y trasero, aquella noche, pudieran unirse en un abrazo apretado y sensual.

Sabía que había chocado contra un poste, sin haber tocado el freno. Era la colisión más idiota de todas las tipologías de accidentes automovilísticos. Y él, preso en el auto. Llorando.

Si sobrevivía, algo improbable para una persona herida con un cigarro en la mano y que esta siendo rociada con combustible sin plomo, pasaría semanas en un hospital. Público, como corresponde a un desempleado sin obra social.

8

Lucio siente sirenas. Se despierta, se ilusiona. Pero no será su turno, sino el del conductor zigzagueante. Deberá continuar boca arriba tres horas más. Su ex, aunque voluntariosa, no tenía la dirección de su nuevo nido de amor. Por decisión de él mismo.

A la siesta de ese día ya descansa en el área de neurología. El paciente de la cama contigua está comprometido, o por lo menos eso deduce del parte que le vomita el médico. Un alud de términos que parecen un extracto de la novela Sábado, de Ian Mac Ewan.

Se promete a sí mismo una cerveza negra, tal vez una Guiness, para cuando salga. Algo que le comentará a su compañero de cuarto esa misma noche, y que nunca llegará a tomar.

9

La húmeda cercanía del motor lo adormitó acunándolo hasta que los bomberos le sacaron de esa placenta y lo introdujeron en la ambulancia. Era un segundo nacimiento porque lo próximo que vio, como los bebés, fue a sus padres. Hacía años que ambos jubilados sólo usaban ropa deportiva y eso también dolía. Su hermana había cancelado el viaje y volvía preocupadísima.

Escuchó su diagnóstico, y luego el de su compañero de traumatismo.

Un dolor potente bramaba en su dedo índice derecho.

Se tomó una cerveza morena, once días después. “Cualquiera que sea negra” le dijo a un mozo, a la salida del cementerio parque. Casi no conocía al muerto, promotor de la morenidad en la cerveza, pero debía exorcizarse. Y después ahorrar.-


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