Los excesos de Marta Minujín

(Publicado por el Suplemento VOS de La Voz del Interior, el Domingo 11/12/2010)

¿Quienes son Marta Minujín?

Madre, hija, viajera, pero sobre todo artista, Marta Minujín es difícil de descifrar desde el comienzo: la biografía publicada en el catálogo señala que nació en 1941, aunque la protagonista dice haber hecho trampa para alcanzar una fraudulenta mayoría de edad. Afirma que nació en 1943. Hija de una familia acomodada estudió arte desde los doce años. En 1957 se recibe de maestra de bellas artes, siguiendo vocacionalmente a diversas cátedras de pintura y escultura. En 1961 se casa en secreto con el reconocido economista Juan Carlos Gómez Sabaini, y con los años tendría dos hijos. Facundo Gómez Minujín, es abogado especialista en finanzas internacionales y presidente de la Fundación arteBA desde 2008, de tales palos esta astilla. Desde su primera exposición individual en 1959 hasta la actualidad, ha recorrido la escena internacional junto con los más grandes de su tiempo, al mismo tiempo que sacudía el frágil mundo del arte argentino. Vivió en NY o París con la libertad propia de quien afirma estar casada sólo con el arte. Combinó premios con una fuerte exposición mediática y tal vez por eso el gran público que no le da entidad a lo que considera un fenómeno vacío. Más allá de las críticas o algún episodio con la justicia, es la referencia indiscutida de un arte provocador y contemporáneo. Es la primera artista argentina que, ya en los sesenta, hizo una carrera global ampliando los límites de la creación, tal hasta fuera de ella misma. www.martaminujin.com


Arte! Arte! Arte! Tres décadas desbordando museos
La obra de Minujín es, por definición, un exceso. Esa celebración, esa libertad para crear por fuera de los moldes ha incomodado
históricamente a espectadores e instituciones exigiéndoles una ampliación de aquello que entienden por “arte”. Este merecido homenaje, justamente tiene como virtudes generar un cuidadoso relato con poca obra física (recordemos que la artista se ha caracterizado por obras efímeras, acciones y happenings), y conseguir que ese relato muestre la complejidad de cada uno de sus desbordantes proyectos concebidos desde la megalomanía. Ver la muestra es recorrer ese itinerario estético y profesional donde cada propuesta se vivencia intensamente al mismo tiempo que desnuda la difícil producción de esas acciones que dialogan con el espacio público y hoy, más que un museo, necesitarían una ciudad para contar su historia.

Marta Manda, Malba acata

Como ya es habitual en el Malba, esta muestra especialmente concebida por el museo y la curadora inicia su relato en el segundo piso. Particularmente en este trabajo que la curadora ordenó meticulosamente a partir de una línea temporal.

Lo primero que un espectador ve son dos cuadros iniciáticos cargados de una intensión geométrica y alguna añoranza del volumen que se nutren de un provocador colorido. Inmediatamente en frente se exhiben varias obras de una Minujín que intenta zafarse de la bidimensionalidad buscando la escultura. Son cajas que albergan formas, son lo último parecido a un cuadro que verá el visitante (y eso que recién estamos ingresando a la primera sala y a la vida de la creadora). Son trabajos matéricos fechados en 1961 y 62. Inmediatamente después aparece uno de sus primeros trabajos con colchones, perteneciente a la exposición El hombre antes del hombre. Exposición de cosas (1962). Esta pieza es un emblema de la muestra, al ser portada del catálogo, y establece tres constantes a lo largo de todo lo expuesto (1) cierta dimensión lúdica - doméstica – pop en las piezas que reducen la distancia con el público desde un lugar supuestamente menos serio, (2) un quiebre en lo que se entiende por arte en cada tiempo -aun se cuestiona su valor como obra de museo-, y (3) una lectura irónica y social que en muchos casos pasa desapercibida debido a la potencia estética de los objetos o acciones producidas. Piezas de esa época, documentadas en video con botas militares y cartucheras de pistolas insertas en los colchones denuncian un compromiso precursor que todos deberíamos reconocerle a esta artista supuestamente descomprometida.

Marta viaja a París varias veces en los primeros sesenta y la muestra así lo refleja. El recorrido de la exhibición comenzará a apoyarse cada vez más en documentos en video o fotografías porque la artista elije el arte de acción del que no quedan vestigios materiales. De hecho, es tal la tensión entre los happenings y las piezas objetuales que se exhibe un gran video donde se relata como, después de vivir en París sin dinero para comer, durmiendo en una bolsa de plástico entre las ratas y bañándose de prestado cuando se podía, Marta Minujín quemó toda su producción hasta ese entonces en una performance (La Destrucción, 1963) que incluyó a toda una generación, como el joven y aun desconocido Christo, o Jean Jacques Lebel.

Ingresamos en otro ambiente donde abundan fotografías de Minujín con las manos en la cintura. Es casi una niña que no conoce peluquerías pero con una mirada desaforada cuyos ojos persiguen al espectador hasta una escuálida documentación de lo que tal vez fue el mayor delirio y su más compleja obra: El suceso plástico (1965) de Montevideo. Fue una acción con público donde forzudos, lechuga, prostitutas y jóvenes amantes rociados con pollos que caían de un helicóptero montaron una propuesta que, aun hoy, resultaría difícil de explicar. En frente coloridos colchones, originalmente producidos en 1964, y reeditados este año recuerdan movidas como ¡Revuélquese y viva! (1964/85). En el mismo espacio se erige un templo acolchonado para que vivamos una breve sensación soft. Al salir volveremos a enfrentar la tensión perturbadora de esa mirada congelada en fotos de los sesentas.

Toda una época

Seguidamente aparece un portal negro que indica que la muestra, y la vida de Minujín, entran al Instituto Di Tella donde el critico Romero Brest la impulsaría de forma definitiva. Hay un sinnúmero de proyecciones, inclusive en el piso, que se mezclan con neones y su rutilante fuente de luz. Estamos, por un momento, eficazmente situados en una etapa estroboscópica de la creación argentina. Vemos registros de La Menesunda (1965) y El batacazo (1966). La etapa diteleana también muestra la preocupación por los medios masivos de comunicación que prematuramente tuvo Minujín. Una arriesgada museología de dos espacios inmersivos con proyecciones, literalmente nos transportan a esa tv que pretendía ser –como este arte contemporáneo- una invitación a la innovación, la tecnología y el internacionalismo. Aparecen aquí varios vestigios del minucioso trabajo de logística y producción que demandaba, allá cuando no había computadoras, estos trabajos como el Minucode 1968 (una experiencia cinematográfica total) o el Minuphone 1967, lisa y llanamente una obra de arte y tecnología interactiva.

Los setentas tienen otro espacio y un tono completamente hippie con epicentro en los Estados Unidos y donde no nos imaginábamos a Minujín. La trayectoria pareciera abandonar por un segundo esa compulsiva productividad mientras Marta se desenvuelve con naturalidad entre estrellas de la talla de Janis Joplin, Lennon, Hendrix o Allen Ginsberg. Asistimos a un espacio cubierto de recortes de revistas, pinturas luminiscentes y varios trabajos manuales, hoy incunables, que relatan las experimentaciones con ácidos, y para que quedarnos cortos, todo tipo de drogas. Importación -exportación, de 1968 ya instalaba temas de flujos culturales que Néstor García Canclini todavía no había escrito.

Sobre el final del recorrido, en este piso del museo, entramos en los setenta cuando varias fotos nos enseñan trabajos preformativos más corporales. Marta brama, desde un pequeño plasma que hay más arte en otro piso. Imposible no hacerle caso.

El espacio público como marco

Otro piso, otra obra. Desde el 1976 en adelante se plantean trabajos más ideologizados que hacen foco en los procesos sociales y sus lazos, así como el espacio público, la monumentalidad y ese arte de vinculación que muchos años después Bourriaud transformaría en su teoría de Estética relacional. Los trabajos que más recordamos de Minujín son de esta etapa. Acciones con repollos o naranjas son el disparador para La Torre de pan 81980), El obelisco acostado (1978), o Carlos Gardel de fuego (1981), literalmente algodón en llamas. Nuevamente la falta de objetos de arte es suplida por documentos en video, fotografías y planos que demuestran la enorme complejidad de estas iniciativas. La muestra cierra con El Partenón de libros (1983), un mítico trabajo que marcó el comienzo de la democracia casi tanto como Alfonsín dándose ambas manos en señal de victoria. Fue, en pleno centro porteño, un Partenón de proporciones épicas completamente conformado por libros que habían estado prohibidos. La artista habla con un megáfono, ya es una rockstar, y los primeros planos de su rostro la muestra -por última vez- sin sus anteojos oscuros, con la mirada reducida y esquiva, acusando la intensidad de los años vividos.

El postre

La exhibición se completa con un patio de esculturas bañadas por el sol donde las flores de los Jacarandas hacen el fondo para el virtuosismo conceptual y de manufactura. Allí diez bronces reinterpretan los clásicos helénicos en clave rupturista.

Maradoniana e icónica, fetiche de los teóricos e inaccesible para “los de a pie”, esta artista enorme cumplirá setenta años en unas semanas con un necesario y riguroso retrato. Esta exposición excesiva y oscilante invita al demencial y cuidadosamente diseñado mundo donde todo puede ser arte.

Dónde, cuándo y cuánto

Marta Minujín Obras 1959/1989” Curada por Victoria Noorthoon. Museo Malba. Hasta el 7 de Febrero. Avenida Figueroa Alcorta 3415. Entrada: $ 20, docentes estudiantes y jubilados $10. De 12 a 20 horas, salvo los días Martes que el museo está cerrado. www.malba.org.ar





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